“La
psicología popular siempre ha sabido que la forma de predecir y entender los
pensamientos humanos y sus acciones, es asignando ciertas creencias acerca del
mundo, ciertos objetivos, deseos y alguna medida de racionalidad. Asignar
creencias y deseos a un organismo es atribuirle representaciones mentales.”
V. Goel
El
mundo vive tiempos turbulentos: masas de indignados por un sistema caduco, que
hace tiempo dejó de proveer el camino hacia el sueño del progreso (que jamás se
definió que era), han tomado formas diferentes: Occupy aquí y Okupas por allá;
primaveras y otoños que han marcado cambios, que si bien la mayoría no ha logrado
una diferencia sustantiva, al menos mantiene alerta a la masa y conciente de su
necesario papel regulador ante los abusos por parte de aquellos que han sido
seleccionados para velar por sus intereses. “El poder corrompe y el poder
absoluto corrompe absolutamente” eso no se debía permitir.
Hace
tiempo me pregunto qué es lo que ha pasado en mi país que la gente ha perdido
el instinto básico de la indignación. Abuso tras abuso, el agua se calentó y la
rana ya hirvió, no saltó y los dueños de la estufa ya degustan suculento
platillo.
Decenas
de miles de muertos por una guerra que nadie pidió, un constante bombardeo
noticioso sobre violencia desbordante, digna del más vulgar cine de horror,
jóvenes abandonados por décadas y que han perdido el rumbo, la motivación, si
es que algún día los tuvimos.
Una
sociedad dividida y pre-ocupada en poner en práctica el dilema que nos
enseñaron a fuerza de constantes palos: cada día al despertar debes tomar una
decisión: dejar que te chinguen o salir a chingar, no hay opción.
No hay
manera de creer que detrás de todo hay una mano que dirige, una mente súper
dotada que ha movido las piezas para lograr sus tenebrosos objetivos. En algún
momento, por alguna razón, se desvió el camino, en algún momento nos
encendieron la estufa a fuego lento y simplemente se han dedicado a sazonar el caldo
y distraer a la rana.
En este
punto ya no hay evidencia que valga, ya no hay suceso que sorprenda, ya no hay
persona que se salve, no hay líder en el que se crea. Hemos extraviado nuestro
poder de indignación. Los que sostienen las riendas están, todos los saben, en una
efímera posición, pero que será perpetuada por el rapiñador en turno. No pueden
hacer otra cosa más que tomar ventaja, no importa la corriente filosófica, esas
también se prostituyeron hace tiempo, el motto sigue siendo el mismo: salir a
chingar o que te chinguen.
Hay
algunos que sintieron el calentar del agua, algunos bichos raros que no
entraron en el juego, que decidieron no chingar, pero que el que te chinguen
día a día, con puntualidad casi matemática, sumado a la impotencia de recuperar
esa capacidad de indignación en sus similares, los ha hecho tan patéticos como todos
los demás y no son capaces de aceptarlo. Algunos de ellos, de hecho algunos de
los mejores, se auto-convencen, se auto-tranquilizan diciendo que quedarte callado
y hacer bien tu trabajo es la mejor forma de contribuir y hacer que las cosas
cambien, mientras no falte el pan en la mesa no hay porqué hacer olas.
No hay
salida, dicen que la hora más obscura es justo antes de salir el sol, pero
tenemos un manto nocturno sobre nosotros, la noche parece ser eterna, ya no hay
sol, parece que ya no lo habrá. No hay cierre motivacional en este texto, no
hay futuro esperanzador pues no hay ya poder de indignación. “Indignación”
indica la existencia de dignidad, quién se diga digno no podría quedarse
estático.
Podemos
seguir violentándonos, podemos seguir abusándonos, alguno prevalecerá al final,
es de aquel que debemos compadecernos aún más, porque él, inevitablemente se
dará cuenta, en su estéril supremacía, de lo estúpidos que fuimos.