martes, 17 de septiembre de 2013

Solicito ayuda: indignación extraviada


“La psicología popular siempre ha sabido que la forma de predecir y entender los pensamientos humanos y sus acciones, es asignando ciertas creencias acerca del mundo, ciertos objetivos, deseos y alguna medida de racionalidad. Asignar creencias y deseos a un organismo es atribuirle representaciones mentales.”
V. Goel

El mundo vive tiempos turbulentos: masas de indignados por un sistema caduco, que hace tiempo dejó de proveer el camino hacia el sueño del progreso (que jamás se definió que era), han tomado formas diferentes: Occupy aquí y Okupas por allá; primaveras y otoños que han marcado cambios, que si bien la mayoría no ha logrado una diferencia sustantiva, al menos mantiene alerta a la masa y conciente de su necesario papel regulador ante los abusos por parte de aquellos que han sido seleccionados para velar por sus intereses. “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” eso no se debía permitir.
Hace tiempo me pregunto qué es lo que ha pasado en mi país que la gente ha perdido el instinto básico de la indignación. Abuso tras abuso, el agua se calentó y la rana ya hirvió, no saltó y los dueños de la estufa ya degustan suculento platillo.
Decenas de miles de muertos por una guerra que nadie pidió, un constante bombardeo noticioso sobre violencia desbordante, digna del más vulgar cine de horror, jóvenes abandonados por décadas y que han perdido el rumbo, la motivación, si es que algún día los tuvimos.
Una sociedad dividida y pre-ocupada en poner en práctica el dilema que nos enseñaron a fuerza de constantes palos: cada día al despertar debes tomar una decisión: dejar que te chinguen o salir a chingar, no hay opción.
No hay manera de creer que detrás de todo hay una mano que dirige, una mente súper dotada que ha movido las piezas para lograr sus tenebrosos objetivos. En algún momento, por alguna razón, se desvió el camino, en algún momento nos encendieron la estufa a fuego lento y simplemente se han dedicado a sazonar el caldo y distraer a la rana.
En este punto ya no hay evidencia que valga, ya no hay suceso que sorprenda, ya no hay persona que se salve, no hay líder en el que se crea. Hemos extraviado nuestro poder de indignación. Los que sostienen las riendas están, todos los saben, en una efímera posición, pero que será perpetuada por el rapiñador en turno. No pueden hacer otra cosa más que tomar ventaja, no importa la corriente filosófica, esas también se prostituyeron hace tiempo, el motto sigue siendo el mismo: salir a chingar o que te chinguen.
Hay algunos que sintieron el calentar del agua, algunos bichos raros que no entraron en el juego, que decidieron no chingar, pero que el que te chinguen día a día, con puntualidad casi matemática, sumado a la impotencia de recuperar esa capacidad de indignación en sus similares, los ha hecho tan patéticos como todos los demás y no son capaces de aceptarlo. Algunos de ellos, de hecho algunos de los mejores, se auto-convencen, se auto-tranquilizan diciendo que quedarte callado y hacer bien tu trabajo es la mejor forma de contribuir y hacer que las cosas cambien, mientras no falte el pan en la mesa no hay porqué hacer olas.
No hay salida, dicen que la hora más obscura es justo antes de salir el sol, pero tenemos un manto nocturno sobre nosotros, la noche parece ser eterna, ya no hay sol, parece que ya no lo habrá. No hay cierre motivacional en este texto, no hay futuro esperanzador pues no hay ya poder de indignación. “Indignación” indica la existencia de dignidad, quién se diga digno no podría quedarse estático.
Podemos seguir violentándonos, podemos seguir abusándonos, alguno prevalecerá al final, es de aquel que debemos compadecernos aún más, porque él, inevitablemente se dará cuenta, en su estéril supremacía, de lo estúpidos que fuimos.